
Voy de Altamira a Petare y en el vagón escucho tantas historias. El muchacho uniformado con carnet de la Sudeban hablando por celular sobre el cupo cadivi que le vendió a la hermana que se va para Panamá porque allá tienen un contacto que les va a raspar las tarjetas. La señora que vive en Catia va a Petare porque tiene un problema en una pierna y le hablaron de una curan
dera guajira que vive allá. Dos ancianas parecen conversar de sus hijos o nietos. Una pareja discute por quién cuidará al niño esta tarde. Mientras pedigüeños, vendedores y músicos desfilan para conseguir su pan de cada día.
Se desocupa un puesto en la estación Los Dos Caminos, me siento, estoy entre varios hombres que conversan. Uno lleva un sobre grande en la mano, de esos donde suelen ir las radiografías. Y efectivamente es una… relata que viene de las oficinas del Seguro Social de Chacao y que no ha podido conseguir el reposo para su mujer, porque es necesario que la paciente esté presente para que la chequeen. Se queja porque "cómo coño la baja de allá arriba de ese cerro con la pata enyesá". Comienzan a discutir de forma coloquial sobre la burocracia, me hacen reír en varias ocasiones. Mi risa no pasaba desapercibida para el que llevaba la radiografía, volteaba a verme cada vez que lo hacía.
Estación Petare. Uno le dice al otro "ah sí es verdá que tu eres escuálido" y éste le responde "yo no soy escuálido, soy venezolano y trabajador". Fin de la discusión (terminó justo como lo imaginé).
Todos nos bajamos en Petare.
Sabía que el señor de la radiografía no iba a pasar por alto mi presencia, en la desordenada fila para subir las escaleras mecánicas me aborda:"tú no eres de por aquí, lo sifrina no te lo quita nadie, pero no sé porqué me pareces buena gente, quizás no seas tan escuálida cómo aparentas", me río y le digo "la verdad es que escuálida no soy, no sé si lo nota, pero mis kilitos demás tengo". Se ríe y responde "bueno, tú me entendiste lo que quise decir" y yo concluyo "sí señor ¿y sabe qué? también soy venezolana y trabajadora". Cada quien siguió su camino a las diferentes salidas en la estación. Me quedé pensando en que ningún venezolano puede ser ajeno a la situación actual del país, no es asunto de unos pocos, por el contrario, nos compete a todos. Pensé que ese señor y yo necesitamos pedirnos perdón. Y que de algún modo comenzamos hacerlo ese día. Porque nuestra interacción, la verdad, fue con respeto y no siempre es así.
Todos los días debo trasladarme de Altamira a Petare y pequeñas historias como estas tengo muchas, muchos personajes fugaces. Pero, todas las historias siempre van ligadas a la situación país. Más de las veces las discusiones terminan en insultos y gritos. Y es cuando pienso que no hace falta estar armados para estar en guerra.
Juego a recordar una Caracas amable, en la que el muchacho del metro me daba los buenos días y todo era más limpio, los corazones sobre todo. La movilidad para mí es el metro. Ya con 6 años acompañaba a mamá al centro de Caracas. En una ocasión solté la mano de mi mamá en medio de un tumulto de gente, recuerdo la sensación de miedo. Un señor me alzó y me llevó a la mano de mamá de nuevo. Mi mamá me hablaba de la inseguridad, claro, era abogado penal. Pero, nunca me enseñó a tenerle miedo a la calle, del miedo a la calle no me habló, de sus peligros sí. Pero, la vida pasa en la calle y eso sí me quedó claro.
Desde los 11 años me fui caminando al colegio, a los 13 ya recorría Caracas en metro y metrobus sola. Hoy tengo 29 años y debo trasladarme a diario desde Altamira a Petare, siempre de peatón, nunca que he querido tener carro porque siento que cuando se es peatón, se vive más cerca de la gente. Seguro no soy la única, sólo busco decir con esto que he vivido el cambio de esta ciudad en 15 años y probablemente otros tienen unos 30, 50 o más años viendo la triste metamorfosis de la sociedad venezolana.
Es un lugar común la añoranza de la Caracas de antier. La de los techos rojos. Esa con la que me encuentro a diario en el Centro Histórico de Petare: gente amable, los buenos días, las sonrisas cómplices, ese aire de provincia, ese espíritu alegre, ese lugar donde me siento como en mi casa. Es viajar en el tiempo. Pero, mi intención en estas líneas no es hablar tanto de Petare. Hago un intento de ilustrar, desde mi experiencia, cómo la crisis moral, la de valores, es probablemente la más grave de todas, sea quizás la causa de todas las otras crisis que estamos viviendo. Porque considero que para el progreso de un país es tan importante el escuchar los buenos días al entrar a una panadería como la decisión de medidas económicas específicas. La formación ciudadana es básica. El manual de Carreño ha perdido vigencia, porque parece no tener cabida en nuestro día a día. Parece habernos acostumbrado a tratarnos mal.
Empujones en el metro, malas caras en lo sito os de servicios, insultos, gritos, negativas, irrespeto, deshonestidad, corrupción, violencia, muertes. Y en estas palabras queda definida nuestra descomposición social, nuestro quiebre moral. Necesitamos un cambio de piel, pero para ello necesitamos primero reconocer que somos un sólo cuerpo. Y eso empieza por el reconocimiento del yo y del otro.
Nos hemos dedicado a la acusación férrea de nuestros gobernantes, a la denuncia de la falla de sus políticas sociales y económicas; nos hemos pasado la vida y se nos ha ido la historia criticando la gerencia pública y sus desaciertos, la corrupción y el nepotismo. Obviando siempre la reflexión individual, la observación de mi desenvolvimiento en el inmediato entorno: mi casa, mi oficina, la cuadra donde vivo, la plaza a la que voy, el bar donde me tomo la cerveza, el kiosco donde compro la malta y el periódico todas las mañanas. Se nos olvida que nosotros también podemos ser corruptos, nepóticos o embusteros. Estamos ante una nueva exigencia social, estos 15 años tienen el deber de servirnos para recordar el rol que cada quien debe asumir y responder ante las responsabilidades que éste le exija: zapatero a su zapato. Es inviable una salida armónica de nuestros problemas sin reconocer el papel individual que nos corresponde asumir. Es impensable la construcción de nuevo orden social sin asumir nuestras culpas ciudadanas. Porque los deberes ciudadanos no sólo se expresan a través del voto. Porque el progreso no sólo depende del presidente.
En definitiva, les invito, "a bajarle dos " en jerga juvenil caraqueña. A dejar de gritar. A dejar de salir de casa peleando con Nicolás. Mi invitación es a preguntarse qué estamos haciendo bien y qué estamos haciendo mal, nosotros como individuos, como ciudadanos y como sociedad. Les invito a que hablen con su vecino, con el señor del kiosco y con el mototaxista que les hace la carrerita. Es fundamental reconocernos. Es necesario comunicarnos para romper barreras y poder encontrarnos en aquello que nos une.
Es indispensable concientizar nuestra diversidad, nuestras aspiraciones como nación y nuestra gracia espiritual como individuos. Lo colectivo va siempre de la mano de lo invididual.
Artículo escrito para Encuentro Posible
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